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Relato de viaje: lo que veo cuando otros viajan

  • miplumaviajera8
  • Sep 3
  • 3 min read

Updated: Sep 22


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Todos tenemos una historia


Desde que uso la bici como medio de transporte diario, dejé casi por completo el transporte público. Hasta que por lluvia o despiste —como olvidar cargar la batería de la bicicleta— termino sometida a sus ritmos. Y ahí siempre leo… aunque mis ojos, y mi imaginación, vuelen hacia quienes me rodean y me descubro imaginando sus historias: ¿de dónde vienen? ¿hacia dónde van? Uno los hechos y situaciones que imagino, y juzgo basándome solo en lo que veo, porque justamente eso es lo que me cuenta una historia.


Relato de viaje


Hace unos meses, viajaba en el bus 72 —el que pasa por la esquina de mi casa— , sumergida en un libro, cuando levanté la vista y la vi. Una señora, sentada frente a mí, viendo hacia afuera sin mirar realmente. Tendría unos ochenta años, tal vez más, tal vez menos, y su perfil fue como un imán para mis ojos. ¿Les ha pasado? Un rostro que te impide apartar la mirada, aunque la mente te advierta que es una invasión. Y ahí comencé a luchar entre la curiosidad y el respeto.

Desvié la vista para seguir leyendo, pero no pude, y para disimular alternaba mis ojos y concentración entre la historia de mi libro y la historia que esa mujer llevaba consigo.

Lo que el cuerpo cuenta en el sillencio


Dejé el libro a un lado y saqué mi cuaderno. Empecé a escribir lo que veía: su cabello blanco se desvanecía en gris, como si las raíces resistieran afiches del tiempo. Solo podía ver su ojo derecho de un celeste verdoso intenso, casi imposible de describir. Vestía pantalones rojos y una camiseta de mismo tono; un pañuelo blanco abrazaba su cuello, y sobre las piernas, un bolso con una pintura de Klimt. Me dije —“Le gusta el arte: hubo una expo hace unos meses”—, y eso fue todo lo que busqué saber.Solo podía concentrarme en la señora.


Pero lo que me empujaba a escribir con miedo a olvidarla no fueron los detalles, ni siquiera el conjunto, armonioso, sin ruido. Si no la nostalgia que se escapaba al mirar hacia afuera pero sin interesarle nada de lo que viera. En mi mirada, ella y yo no estábamos en un bus: estábamos en un refugio de montaña, viendo a las flores hacerse paso entre la hierba fresca mientras los recuerdos llenaban el silencio.
La mirada vagaba en un afuera que no le interesaba porque, yo sentada enfrente, vería en su ojo veía recuerdos y sueños.

El ojo que revela lo que calla


De pronto, sonó su celular. Se colocó los lentes y respondió. Y al acomodarse me golpeó la sorpresa de su otro ojo, parecía que ríos de rojo violáceo habían usurpado el celeste verdoso.

No fueron sus arrugas las que susurraran el tiempo: era ese ojo herido, la represa rota y el dolor que sublevó su mirada. Fue tan violento el cambio que me quedé petrificada, porque temí que esa violencia silenciosa se desbordara hacia mí.


Entonces, comprendí mejor lo que tenía delante y me hubiera gustado pintarlo porque las palabras me parecieron insuficientes. La lucha de su rostro: hacer la paz con una batalla que no se puede ganar y que elige nuestro cuerpo como lugar donde morar.


La despedida sin nombre


Ella bajó una parada antes que yo. ¿Seremos vecinas? ¿O iría de paseo o un trámite? Seguramente, nunca lo sepa y nunca la vuelva a ver. Lo que sí sé es que me dejó dos regalos y una promesa.

Los regalos: la inspiración para este relato de viaje y el deseo de abrazar mi cuerpo, mi historia, hasta la última grieta. Y cuando se abran quizás no las pueda contener, pero podré irme con ellas mirando por una ventana. Porque habré cumplido mi promesa.


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Me gustaría contarte lo que ocurre al margen: el detrás de las historias, libros que me acompañan, pensamientos sueltos y esas notas que no llegan a mis redes ni a mi web, pero que merecen un lugar. Te prometo que no seré spammer.

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