La amistad en la migración: un día sin clases
- miplumaviajera8
- Sep 22
- 3 min read

La rutina en pausa
Los días sin clases son ese respiro inesperado en la rutina que, a veces, es necesario: dormir un poco más, estar en pijama hasta bien entrada la mañana y olvidarnos de la batalla matutina con trenzas y cabellos rebeldes. Pero también, seamos sinceros, pueden convertirse en un pequeño caos. Porque cuando no hay escuela ni actividades planificadas… ¿qué hacemos con tantas horas por delante?
Lo que extraño en estos días
Si viviera en mi ciudad natal, seguramente iría a ver a mi madre o a mi hermana. Compraría facturas o bizcochos y mandaría el mensaje "andá poniendo el agua". Pido disculpas a mis lectores no argentinos: esa frase es imposible de neutralizar sin traicionarme.
Pero no vivo allí. Ni siquiera en el mismo país. Aunque descubrí que sí puedo viajar a Argentina, así sea por una tarde.
Un pedacito de Argentina en Suiza
Mi amiga Antonella es argentina, vive en Suiza hace casi una década, está casada con un argentino y tiene tres hijos. Su hijo más pequeño nació un mes después de Elisa, y en esos últimos meses de nuestros embarazos nos conocimos. Lucas fue uno de los primeros amiguitos de Elisa y, lo más importante, el único que no se ha ido.
Quienes emigramos y tratamos de construir amistades afuera conocemos muy bien esto: cuando por trabajo tus amigos se mudan llevándose, como es lógico, a sus hijos que son amigos de tus hijos.
Anto vive en un pueblo suizo, a una hora de Zúrich, en una casa con jardín: toboganes, camas elásticas y arcos de fútbol... un paraíso para los niños. Y sobre todo, con mucho pasto. Comúnmente conocido como césped.
Un día sin clases
Entre el trabajo, los horarios de los chicos y la distancia, no podemos vernos tanto como nos gustaría, o al menos como me gustaría a mí. Pero cuando Elisa no tiene clases, el primer lugar al que escapo es allí, previo control de agendas. Porque muy argentinas pero viviendo y criando hijos en el país de la planificación.
La última vez que fuimos, nos sentamos en el jardín con los pies desnudos en un pasto tan verde como acolchado.
Y ya sé que vivo en una ciudad y país donde la naturaleza es el habitante más importante. Pero no sé si fueron los mates con alfajor y torta de limón, el hablar en argentino y entendernos los chistes o que mi hija corriera con Lucas enloquecidos de un lado a otro. O si todo eso con el trasfondo del aroma del pasto recién cortado hicieron que viajara por una tarde a Argentina. Más específicamente, a San Nicolás, a la casa donde nací, a mis sábados de verano cuando mi viejo cortaba el pasto y la que corría enloquecida era yo.
La amistad en la migración
No importa cuántos años haga que vives afuera, ni cuántas amistades de otros países o locales tengas. Tampoco si te gusta más o menos, si te acostumbraste al idioma o al invierno o si te sentís más feliz.
No es hasta que conoces a alguien que comparta tu misma idiosincrasia, alguien que haya emigrado, que críe en el extranjero, que le gusten las mismas cosas, que se entiendan con el mismo humor, hasta ese momento no te habrás dado cuenta de cuánto te hacía falta todo eso.
Es como el cuento del hilo invisible: en vez de unirte a través del tiempo y del espacio a personas, te ata a un lugar, a una cultura y a un modo de vivir. Y cuando encuentras a alguien con ese mismo hilo hacia el mismo lugar, juntas pueden entrelazarlos hasta formar un moño: el moño de la amistad en la migración.
Recomendación final
Lean a sus hijos el cuento El hilo invisible. Y si no tienen hijos, léanselo a su niña o niño interior.



Comments